Pablo Vierci: “Los recuerdos dolorosos que enterré vivos, acá los traigo a flote”
Más de Videoentrevistas
Después de leer "El fin de la inocencia" pasar por la rambla de Carrasco no va a ser igual. Allí hace muchos años ocurrió un accidente que cambió la vida de los jóvenes del Christian Brothers.
Pablo Vierci toma esa historia y le presta su nombre a uno de los personajes principales de su nueva novela que es tan exquisita como conmovedora. Allí, junto a los protagonistas, vamos a transitar un camino de resiliencia, de introspección y nos vamos a interpelar sobre las cosas que dependen de nosotros y las que no.
Como dice su autor, es una especie de psicoterapia que él realiza y que necesariamente el lector acompaña.
"El fin de la inocencia" empieza con un accidente real y desde allí "navega" por la ficción.
Esta es una novela de las que uno puede escribirlas en "frío" o en "caliente". En "frío" son aquellas que en la que uno no vivió. Cuando quise escribir una novela sobre la Guerra de las Malvinas no viví esa guerra por lo cual tuve que hacer un trabajo de investigación para ponerme en la piel de un piloto, o en la piel de un conscripto o de un soldado británico. En este caso hago una obra en "caliente", o sea sobre temas que conozco, que he vivido.
Pero de estos temas que viví algunos son mojones históricos. Esto lo que pasó en el 68, la guerrilla de los años 60, la democracia hackeada, la guerra fría, la tragedia de Los Andres porque me tocó de cerca yo participaba de esa comunidad. Después hay otros hechos, que tienen otro calibre. Que son los recuerdos que reelaboro. Ya no son sólo mojones. En el caso este es cierto que en el 68 ocurrió un accidente donde murieron tres de mis amigos. Ese es el hecho, la fotografía. Y ese hecho lo reelaboro y soy uno de los protagonistas. Soy el que sobrevivó al accidente y asó arranca como dicen ahí in media res.
De allí disparan todas las subtramas de una novela en la que hago una psicoterapia mí mismo, escrita en primera persona... todo eso para facilitar esa sensación de que estoy contando mi vida o los hechos más dramáticos, pero los estoy reelaborando y donde el lector es una suerte de psicoterapeuta que me escucha con compasión, con paciencia, con misericordia. Pero después tiene esa pequeña trampa donde al final el lector pasa a hacer su propia psicoterapia.
Arrancar con una tragedia es una decisión difícil...
En este caso me resultó sencillo. Porque me gusta escribir sin saber el desarrollo. Demoro varios años con eso. Muchas de las novelas que uno escribe o de las obras de no ficción terminan en la nada. No tienen "electricidad" y en este caso cuando arranqué ya me di cuenta que venía con "electricidad" y se mantenía. En este caso estaba creando una bomba, es como que vaya al psicoterapeuta: yo soy el paciente, estoy contando toda mi vida, pero arrancó con el hecho más traumático. Es un episodio que viví de cerca, no es una reseña histórica. Estuve esos días en la playa buscando, lo tengo en las entrañas. Sé lo que es que naufraguen personas amigas por una contingencia. Este tema podés verlo como una fotografía una radiografía o una tomografía: la fotografía es un accidente, pero la radiografía es ver lo que está detrás, los hilos que lo producen. Y después la tomografía donde están las imágenes previas, las imágenes del accidente y lo posterior.
Al conocerte resulta difícil no verte dentro de la barra de "los todopoderosos". Y en ese camino interior que decís queda el libro presentado en dos partes claras. Como que en la segunda parta estamos hablando de otras cosas.
A los "todopoderosos" yo les llamo "los superdotados". Tienen esa cosa muy juvenil. Yo en el 68 tenía 18 años. Y en aquellos años había personajes de tu clase, tus amigos que se descolgaban, eran como especiales. Tenían más talento o eran los mejores en deportes... pero yo soy "el superdotados sin campeonatos". Tenía muchos amigos "superdotados"; muchos se murieron, porque se mueren jóvenes. Los héroes que desafían demasiado los vientos, que desafían demasiado a la vida mueren jóvenes.
Estoy muy rodeado de héroes que me acompañaron y me acompañan en los sueños, a quienes adoro y murieron jóvenes. Eso quería reflejarlo. Por eso digo que es como una especie de psicoterapia donde cuento hechos que con una pinza elijo de mi vida, lo armo en una trama, los reelaboró una manera artificial propio de la ficción, pero de manera que el lector puede hacer el mismo ejercicio con su propia peripecia. La mía la planteó como desmesurada.
Porque aquellos años de los 60 eran años sórdidos. Lo tengo a Uruguay como lo pinto en la novela. El país más igualitario de América estaba marcado por la violencia pero también por una suerte de cosa más sórdida, oculta. En la segunda parte está ese mundo en sombras. Eso que aparece en la psicoterapia del comienzo que es muy personal, muy intimista y que el personaje aparentemente va a naufragar por todos a situaciones traumáticas que ha logrado o no logrado superar, al final es como que está asociado con algo mucho más macro. Son los hilos intangibles que están detrás.
Lo que dependía de él y lo que no tenía que ver con él.
A mí me fascina analizar. Eso es común a todos los seres humanos. ¿Cuántos hechos absolutamente intangibles definieron nuestra vida? No sólo lo define para un accidente que en donde hay muertos. Uno piensa "me juego a esa expedición temeraria porque me creo campeón" o en realidad me estoy jugando porque yo tengo una rivalidad contigo por una cosa que nos pasó ayer. Es un intangible que nadie sabe pero que son los hilos que realmente definen nuestras acciones. Es esa trama sutil que está debajo. Por eso digo que la novela tiene lo que está arriba y también el revés de la trama, el mar de fondo.
Es un accidente en una canoa y todo lo que está detrás, que inmenso. Y a lo largo de las 400 páginas se va develando ese mar de fondo o ese revés de la trama que está repleta de giros de tuerca o de o de puntos de giro, pero que no son artificiales. Entonces la novela es una fotografía o es una radiografía donde puedes mirar la trama oculta.
Hay un reflejo de parte de la sociedad de fines de los 60, muy católica, con un aparentar que importa casi más que vivir.
Sin meterme en el tema religioso yo viví allí, conozco lo que hablo. Es muy útil en una novela de este tipo, donde utilizo mucho el autobiográfico hablar de temas que manejo. Conozco mucho el catolicismo "más antiguo", más radical. Conozco ese mundo mucho más hipócrita. Después vino la gran demencia que fue la dictadura donde ya no estaba. Volví en el 85 como uno nuevo mundo. Después en el 89 cae el muro de Berlín... toda esa guerra fría que nos acompañó con aquella sensación apocalíptica de que la vida tenía fecha de vencimiento. El holocausto nuclear era el tema de todos los días... estaba esa cosa del comunismo versus capitalismo donde parecía que no había un punto de encuentro.
La realidad siempre mucho más compleja. Y esa visión binaria termina deshaciéndose y no había uno que encarnaba el bien y otro que encarnaba el mal. Eso de la supremacía por el bien de la supremacía del demonio no existe. Pero cuando tenés 18 años y estás en ese maremágnum de las revoluciones de la global, creés que la vida tiene fecha vencimiento. Plagado de accidentes alrededor pensé que realmente mi vida terminaba rápido. Y toda esa experiencia tan traumática la uso en la novela. En cierto modo hice como una especie de exorcismo. Utilicé todos esos recuerdos que se entierran vivos. Cuando uno entierra vivo algo lo manda al inconsciente y eso no muere y además puja por asomar. Todos esos recuerdos dolorosos que enterré vivos acá los traigo a flote y los reelaboro de alguna manera para que me den paz.
Porque sé que sí eso está dicho que forma genuina y con cierto entrenamiento el lector hace el mismo ejercicio con sus propios recuerdos. Porque uno no puede vivir con el inconsciente a flor de piel.
¿A quién le dedicás el libro?
Como todo libro que tiene tintes autobiográficos me inspiro en muchas personas reales. Hay uno de los personajes que está inspirado un amigo íntimo a quien se lo dedico. Lo leyó en los manuscritos originales y estuvo de acuerdo en que lo usará de esa manera. Es uno de "los superdotados".
Decís que hay parte de vos en todo, que es una especie de psicoterapia... entonces el final de "Pablín", como le llamás al personaje, ¿era el que querías que tuviera?
Si tiene "electricidad" la obra funciona sola. Si no tiene electricidad artificialmente tenés que meter mucho entrenamiento para tratar de que los personajes se desarrollen, que la trama evolucione, etc. Y en este caso me gustaba tener una bruma. La bruma arrancaba con ese accidente donde empezaba a tejer todo lo que estaba debajo, lo que lo produjo, las consecuencias. Además quería que pasarán muchos años, cómo se desarrollaban los personajes en ese mundo muy hipócrita como cómo le trabó la vida...Eso lo tenía un poquitito en la bruma. A medida que seguía escribiendo y seguía apasionado me daba cuenta que este libro tenía electricidad. Me gustaba esa situación de que el personaje tiene que encontrar la paz.
Porque cuando se hace psicoterapia en el sentido de contar su vida el lector es compasivo y tiene paciencia y misericordioso, entonces tenés que tener una redención. Porque el personaje hace todo ese desgaste de contar cosas que son truculentas. No solo arrancamos con una gran tragedia sino que después nos enteramos que esa tragedia estuvo causada por otra una trama muy sórdida y produjo después hechos mucho más sórdidos. Entonces necesitaba una redención.
Hay una cosa que me parece fascinante: es que nosotros vivimos en la incertidumbre absoluta. La única certeza que tenemos es que nos vamos a morir pero no sabemos ni cómo, ni dónde, ni cuándo. Pero esa incertidumbre que vive el personaje de "El fin de la inocencia" puede ser aterrorizadora, como lo es en buena parte de la novela, pero puede ser fascinante. Pablín o Pablo, el personaje al que le presto el nombre, tenía que tener en el destino la incertidumbre, pero una incertidumbre fascinante.